¡Infancia: obra negra del ser humano de la que siempre tenemos algo que decir, lo que sea!

martes, 15 de diciembre de 2009

Las Monedas de la Infancia






La felicidad que da el dinero está en no tener que preocuparse por él.
Anónimo.
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Un día de lluvia encontré entre el barro, producto de la mezcla entre el agua y la tierra, una moneda caída, me quedé mirándola con cierta sensación de emoción y la metí a mi bolsillo, no la gasté; ni siquiera tuve la tentación de meterla en un teléfono monedero para escuchar alguna respiración anhelada, no quise comprar un dulce, ni dársela al rapero que se subió al bus. Todo lo contrarío, decidí guardarla en un cofre, donde guardo todo tipo de objetos pequeños, pero bonitos: aretes, collares, pulseras, anillos etc. Mandé a dormir la moneda con objetos curiosos y bellos al tiempo. La reinventé.
Cuando fui a la cama estuve dando vueltas de un lado a otro, fue así cómo pensé en la razón por la cual la había guardado, cómo si no fueran hechas para ser cambiadas, entonces recordé el papel de ellas en mi infancia. Yo Vivía en una finca a 1 Km del pueblo, la tienda más cerca quedaba a eso, la escuela más cercana quedaba a eso, la casa de mis abuelos quedaba a eso, mis amigos vivían a eso, claro exceptuando los imaginarios, que eran muchos, que vivían siempre a mi lado. Con las monedas no podía comprar nada, no me servían para nada en cuanto llegaba a mi casa, así que lo único que me importaba era que fueran lindas, no el valor monetario que tuvieran, me gustaban más las de 50 pesos grandes que las de 500, sencillamente para mi óptica eran mucho más hermosas. Mi papá coleccionaba monedas y antes de que yo creciera tenía muchas más de las que tuvo cuándo caminé y me pude subir al armario, lugar donde en un cofre de pasta gris guardaba su precioso tesoro, que ahora era uno de mis juguetes favoritos; pasaba horas y horas observando cada detalle de ellas, sus colores, sus formas, poniéndolas debajo del papel y marcando con lápiz para ver la imagen que salía.
Cuando íbamos a casa de los abuelos, éstos me daban monedas, que sabían guardaría, no por la cuestión del ahorro, sino porque tenían la certeza de que cuando llegará a casa, dejarían de tener el valor económico para pasar a ser un juguete, un juguete que entre otras cosas me parecía bastante curioso y cómodo de llevar a todas partes, sin embargo optaba poco por ésta opción, pues mis primos y mis primas generalmente me perdían una que otra y eso me no me gustaba, claro que cuando compraban dulces y me daban uno de los muchos que adquirían, los perdonaba un poco.
La concepción del dinero para mí era diferente –durante mi primera infancia claro está-, no había ninguna lucha por conseguirlo, no lo pedía nunca  siempre llegaba solo, no tenía que abordar buses, comprar agua para el calor o almorzar lejos de casa, el dinero no era sinónimo de nada esto, no era un arma, valía más su forma que su uso.
El problema mundial es que la los adultos no ven el dinero cómo los niños, ven en él una forma de vida, y cuando un niño pierde una moneda y no siente culpa ni frustración los adultos le enseñan el teatro propio de la pérdida de un brazo, para lamentarse por el pedazo de papel o metal botado, se les hace imposible pensarse la vida de esa forma y poco a poco empiezan a convertirse en unos esclavos impersonales al son del sonido de los dedos al contar el dinero, al pasarlo de una mano a otra, los ojos adultos se dejan atrapara por una enfermedad visual de la que  nunca se puede salir, el dinero viene a ser la esperanza, quién sabe tal vez por lo verdes que son los dólares.
No hago apologías a la infancia cómo estado ideal del hombre, pero si hago notar que sería un poco mejor no olvidar lo que se fue esta etapa e intentar ver el mundo con ojos diferentes, con un criterio más propio que establecido. Ese criterio de la niñez va siendo quitado cuando crecemos, así Téllez afirma:
“Lo mejor de la infancia es la arbitrariedad, la inefable, la poética arbitrariedad del juicio para entender las cosas y para comportarse con el mundo. Por desdicha esa arbitrariedad no es muy comprendida ni valorada”.

La visión del infante no es válida por la razón que “ha vivido poco”, en vez de pensar que ésta debería ser la razón para comprender la esencia superior de la infancia ya que están menos contaminados.
Igual que para Baudelaire el juguete más hermoso, era hermoso porque sí y no porque se viese más caro –cosa que creo que comprendió únicamente cuando recordó el hecho- nunca se habría preguntado el precio que éste tenía, incluso cuando es grande pasa por las tiendas y se queda asombrado ante tanta belleza:
“En un gran almacén de juguetes hay una alegría extraordinaria que lo hace preferible a un hermoso piso burgués” (Baudelaire, Charles. Moral del Juguete).
Baudelaire viajó de la infancia a la adultez sin contaminar muchas apreciaciones –tal vez lo único que creció fue su cuerpo-  en cambio Yo, ese día me quedé reflexiva, luego atónita y por último dormida preguntándome ¿En qué momento dejé de concebir el significado del dinero así? ¿Crecí o caí en la trampa? Como diría Charlie García: “Hubo un tiempo en que fui hermoso y fui libre de verdad”, pero mi querido Charlie, hace tiempo que abandoné la libertad, de esa forma, por eso leo a Mafalda para ver si en estos días la recupero,  y lo peor de todo es que no sé hace cuanto pertenezco a la consecutiva manía global de estar poniendo todo esfuerzo en interpretar el mundo de la forma planteada y establecida, luego éste mismo Ché en la misma canción cómo para pasar el rato y plasmar la verdadera transición de nuestra vida nos dice de nuevo: “Poco a poco fui creciendo y mis fábulas de amor se fueron desvaneciendo cómo pompas de jabón”.

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