¡Infancia: obra negra del ser humano de la que siempre tenemos algo que decir, lo que sea!

martes, 15 de diciembre de 2009

Unas gotítas de dolex



Creo que nunca sentí tanto miedo como aquella vez en que mi madre se cayó en la azotea. Hubo varias razones para sentirlo: primero porque estaba en el sexto mes de mi único hermano, segundo porque era su segundo embarazo fructífero de tres, tercero que mi padre no estaba y último y más impactante del listado fue que lloró y nunca la había visto hacerlo. Una mañana cualquiera de 1993, una niña de tres años, los vecinos más cercanos estaban a 1Km de distancia y ausencia total de teléfonos, es decir, el destino se había aprovechado de mi situación y me había alterado los nervios a su punto más alto. Pero más que cualquier otra cosa el llanto en los ojos de mi madre era el detonante de la situación, si alguna vez lo había hecho yo no lo recordaba –pensaba que las personas “grandes” sólo lloraban en las telenovelas y el teatro-; lo peor del caso es que a mi corta edad mi experiencia en estos casos era cero.
Yo estaba allí paralizada veía a mi madre llorar y tocarse el abdomen, sólo un destello de viveza o amor al verla indefensa pudo vencer el miedo: aquella sensación que se apodera de todo tu cuerpo y no te deja moverte, que te hace sentir impotente o incapaz de acabar con aquello que te atormenta, una barrera que nos vuelve sumisos, que nos convierte en observadores pasivos los cuales no pueden o no quiere hacer nada, fue en ese instante cuando se me ocurrió de repente utilizar lo que siempre mi mamá me daba para el dolor. Corrí hasta la habitación, me subí en una silla que había acercado hasta el armario y bajé el dolex pediátrico; volví a correr hasta donde ella estaba, la vi llorando y me reflejé en una lágrima, destapé el frasquito y apliqué un poco del liquido rojo de gotero en su abdomen. Mi madre recibió con amor la acción, dejó de llorar, sonrío y me besó.
Por mucho tiempo pasé recomendando el medicamente aquel ante cualquier situación de dolor, si había podido curar a mi madre, si la había podido llevar del llanto a la risa, nada podría ser mejor.
La única razón por la que pude vencer el miedo fue por la situación de peligro en la que se encontrabas dos de mis seres más amados; es más considero que si las terapias psicológicas para vencerlo no funcionan, lo mejor es crear una situación peligrosa en la que se involucre a alguien que se ama y la barrera será rota con el mayor ímpetu de los casos. Si una persona tiene miedo al agua lo mejor sería que al otro lado de un río, en un caso menos extremo una piscina, ponga alguien que ella ame como una posible víctima del peligro, a esta persona se le olvidará siquiera el significado de temer, incluso puede que cree una marca mundial en velocidad, sin embargo considero que mi planteamiento es un poco maquiavélico.
El miedo puede apoderarse de nosotros cuando tenemos una situación cualquiera, sin embargo sabe cuando llega, conoce el punto exacto para atacar, como si se tratara de un enemigo interno, el cual debemos evitar manteniéndonos siempre activos y claros en las opciones que queremos tomar. Él tiende a ser nuestro dirigente, tenemos que aprender a quitarle su poderío sobre nosotros.
El mundo parece siempre haber sido sensible al miedo, hemos vivido bajo su yugo, nos ha declarado su esclavo, antes de que las armas nos acaben, el sistema límbico ya ha hecho sus efectos.
No hay lugar a discusión, muy poco han logrado vencerlo, de no serlo cómo explicar que aceptemos lo más trivial como nuestra forma de vida, nos casamos con la moda porque nos da miedo parecer anormales, esto en el caso más simplista de un gran significado, pues es por el mismo miedo que aceptamos la guerra, las políticas impuestas, es como si nuestros gobernantes tuvieran un estudio completo de la psicología del miedo y cómo no hablar de las dictaduras, esas si parecen que tuvieran un PHD sobre él.
Puede que como dice Bolaño, “La costumbre matiza todo horror”; entonces el miedo es una forma de manejarnos, hemos vivido tanto a su lado o en su lado, que nos parece normal verlo, y quién más que una víctima del horror como lo es Bolaño para darnos cuenta.
EL dolex calmó dos miedos, el mío y el de otra persona que estaba poseída de él en mayor rango: mi madre. Todos necesitamos de una situación para despertar de la hipnosis o de una gotíca de dolex para darnos cuenta que no estamos solos ¿Pero llegará a tiempo la necesidad de sentirlo?

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